Artículo 1:
¿Es siempre pecado guerrear?
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Objeciones por las que parece que es siempre pecado
hacer la guerra:
1. No se inflige pena más que por el pecado. Ahora bien, a quienes
pelean el Señor les tasa pena, a tenor de estas palabras: Todo el
que empuñare la espada, morirá (Mt 26,52). Por tanto, toda guerra
es ilícita.
2. Es pecado cuanto contraría al mandamiento divino. Pues
bien, guerrear contraría al precepto divino, pues se dice: Yo os
digo: no resistáis al mal (Mt 5,39), y también: No
defendiéndoos, carísimos, sino dando lugar a la ira (Rom 12,19).
Guerrear, pues, siempre es pecado.
3. Nada sino el pecado contraría a la acción virtuosa.
Ahora bien, la guerra contraría a la paz. Luego la guerra siempre es
pecado.
4. Finalmente, la práctica en cosa lícita es lícita, como resulta
evidente en la práctica de las ciencias. Pues bien, la Iglesia prohibe
los ejercicios bélicos que se hacen en los torneos, ya que, a quienes
mueren en ellos, se les priva de sepultura eclesiástica. Así, pues, la
guerra parece pura y simplemente pecado.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el sermón De puero
Centurionis: Si la doctrina cristiana inculpara
todas las guerras, el consejo más saludable para los que lo piden
según el Evangelio sería que abandonasen las armas y se dejaran del
todo de milicias. Mas a ellos les fue dicho (Lc 3,14): A nadie
hiráis; os baste con vuestro estipendio. A quienes ordenó
contentarse con su propia paga, no les prohibió guerrear.
Respondo: Tres cosas se requieren para que sea
justa una guerra. Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato
se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la
guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior;
además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la
guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido
encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público
de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad.
Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada
material contra los perturbadores internos, castigando a los
malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol:
No en vano lleva
la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar
al que obra mal (Rom 13,4), le incumbe también defender el bien
público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por
eso se recomienda a los príncipes:
Librad al pobre y sacad al
desvalido de las manos del pecador (Sal 81,41), y San Agustín, por
su parte, en el libro
Contra Faust. enseña:
El
orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la
autoridad y la deliberación de aceptar la guerra pertenezca al
príncipe.
Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son
atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe también San
Agustín en el libro Quaest.: Suelen llamarse
guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido
lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el
atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido
injustamente robado.
Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de
los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el
bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustín en el
libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos
adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se
promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para
frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede, sin embargo,
acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la guerra
y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala
intención. San Agustín escribe en el libro Contra
Faust.: En efecto, el deseo de dañar, la
crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad
en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en
justicia, vituperables en las guerras.
A las objeciones:
1. Según San Agustín en el libro
II Contra Manich., quien empuña la espada sin
autoridad superior o legítima que lo mande o lo conceda, lo hace para
derramar sangre. Mas el que con la autoridad del príncipe, o del
juez, si es persona privada, o por celo de justicia, como por
autoridad de Dios, si es persona pública, hace uso de la espada, no la
empuña él mismo, sino que se sirven de la que otro le ha confiado. Por
eso no incurre en castigo. Tampoco quienes blanden la espada con
pecado mueren siempre a espada. Mas siempre perecen por su espada
propia, porque por el pecado que cometen empuñando la espada incurren
en pena eterna si no se arrepienten.
2. Este tipo de mandamientos, como
dice San Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte, han de ser observados siempre con el ánimo preparado, es decir, el hombre debe estar siempre dispuesto a no resistir, o a no defenderse si no hay necesidad. A veces, sin embargo, hay que obrar de manera distinta por el bien común o también por el de aquellos con quienes se combate. Por eso, en Epist. ad Marcellinum, escribe San Agustín: Hay que hacer muchas cosas incluso con quienes se resisten, a efectos de doblegarles con cierta benigna aspereza. Pues quien se ve despojado de su inicua licencia, sufre un útil descalabro, ya que nada hay tan infeliz como la felicidad del pecador, con la que se nutre la impunidad penal; y la mala voluntad, como enemigo interior, se hace fuerte.
3. También quienes hacen la guerra
justa intentan la paz. Por eso no contrarían a la paz, sino a la mala,
la cual no vino el Señor a traer a la tierra (Mt 10,34). De ahí
que San Agustín escriba en Ad Bonifacium: No
se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra
para conseguir la paz. Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la
victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates.
4. Los ejercicios militares no
están del todo prohibidos, sino los desordenados y peligrosos, que dan
lugar a muertes y pillajes. Entre los antiguos tales prácticas no
implicaban esos peligros, y por eso se les llamaba simulacros de
armas, o contiendas incruentas, como conocemos por San
Jerónimo en una de sus cartas.
Artículo 2:
¿Les es lícito combatir a los obispos y clérigos?
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Objeciones por las que parece que a los obispos y clérigos les es
lícito combatir:
1. Las guerras son lícitas y justas, como acabamos de ver (
a.1) en la
medida en que defienden a los pobres y a toda la república contra las
injurias de los enemigos. Ahora bien, esto parece que incumbe sobre
todo a los prelados, según expone en una homilía San
Gregorio:
El lobo se lanza sobre las ovejas cuando un injusto
raptor oprime a algún fiel o a algún sencillo. Él que parecía pastor y
no lo era, abandona las ovejas y huye. En efecto, temiendo para sí el
peligro, no osa hacer frente a la injusticia. En consecuencia, a
los obispos y a los clérigos les es lícito pelear.
2. San León papa escribe: Como muchas
veces vengan de tierra de sarracenos noticias adversas diciendo
algunos que con vigilia y a hurtadillas iban a dar en el puerto de
Roma, mandamos congregar a nuestro pueblo y bajar al litoral. Por
tanto, es lícito a los obispos proceder a la guerra.
3. Parece que hay el mismo motivo para hacer una cosa y
para consentir que otro la haga, según el testimonio de la
Escritura: Son dignos de muerte no sólo los que tales cosas
practican, sino los que aprueban a los que las cometen (Rom 1,32).
Pues bien, por una parte da grandes muestras de aprobación quien
induce a otro a realizar alguna cosa; por otra, es lícito a los
obispos y a los clérigos inducir a guerrear, a tenor del siguiente
testimonio de que por exhortaciones y súplicas de Adriano, obispo
de la ciudad romana, tomó Carlos a su cargo la guerra contra los
lombardos. Por consiguiente, también les es lícito
pelear.
4. Lo que es honesto y meritorio en sí mismo no es
ilícito para los obispos y los clérigos. Ahora bien, combatir resulta
a veces no solamente honesto, sino también necesario, a tenor de este
testimonio: Si alguno fuere muerto por la verdad de la fe, la
salvación de la patria y en defensa de los cristianos, recibirá de
Dios premio celeste. Por tanto, está permitido a
obispos y clérigos ir a la guerra.
Contra esto: está el hecho de que en la persona de Pedro se ordena a
obispos y clérigos: Envaina la espada (Mt 26,52). Por tanto, no
les es lícito pelear.
Respondo: Hay muchas cosas necesarias para el
bien de la sociedad humana. Pues bien, la diversidad de funciones está
mejor atendida por varias personas que por una sola, como demuestra el
Filósofo en su
Política. Hay, además, ciertos
negocios incompatibles entre sí que no pueden
despacharse simultáneamente de forma adecuada. Por eso, a quienes se
les encomiendan oficios mayores, se les prohíben los menores. Así, por
ejemplo, las leyes humanas prohíben el comercio a los soldados
encargados de los trabajos de la guerra. Esta clase de trabajos son,
en realidad, del todo incompatibles con las tareas encomendadas a los
obispos y a los clérigos por dos razones. La primera es de tipo
general. Los trabajos de la guerra conllevan, en efecto, grandes
inquietudes y, por lo mismo, son obstáculo para la entrega del alma a
la contemplación de las cosas divinas, a la alabanza de Dios y a la
oración por el pueblo, tareas que atañen al oficio de los clérigos.
Por eso, igual que se prohíbe a éstos el comercio porque absorbe mucho
su atención, se les prohíben también los trabajos de la guerra, a
tenor del testimonio del Apóstol:
El que milita para Dios no se
embaraza con los negocios de la vida (2 Tim 2,4).
Hay además otra razón especial. En efecto, las órdenes de los
clérigos están orientadas al servicio del altar, en el cual, bajo el
sacramento, se presenta la pasión de Cristo según el testimonio del
Apóstol: Cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, otras
tantas anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga (1 Cor
11,26). Por eso desdice del clérigo matar o derramar sangre; más bien
deben estar dispuestos para la efusión de su propia sangre por Cristo,
a fin de imitar con obras lo que desempeñan por ministerio. Por eso
está establecido que los derramadores de sangre, aun sin culpa por su
parte, incurren en irregularidad. Mas a quien está
destinado a un cargo no se le permite aquello que le hace no apto para
el mismo. En consecuencia, bajo ningún título les es permitido a los
clérigos tomar parte en la guerra, ordenada a verter
sangre.
A las objeciones:
1. Los prelados deben resistir no
sólo a los lobos, que matan espiritualmente a la grey, sino también a
los raptores y tiranos, que la maltratan corporalmente. Y las armas de
que se han de servir (los prelados) no son, en realidad, materiales,
sino espirituales, según las palabras del Apóstol: Las armas de
nuestra milicia no son carnales, sino espirituales (1 Cor 10,4).
Esas armas son los avisos saludables, las devotas oraciones y
sentencia de excomunión contra los pertinaces.
2. Los obispos y los clérigos
pueden asistir a las guerras con autoridad del superior, no para
combatir ellos con su propia mano, sino para atender con
exhortaciones, absoluciones y otros auxilios espirituales; lo mismo
que en la antigua ley se mandaba que los sacerdotes tocaran las
trompetas en los combates (Jos 6,4). Y para esto se concedió a obispos
y clérigos ir a la guerra. Que algunos personalmente combatan, es
abusivo.
3. Como ha quedado expuesto (
q.23 a.4 ad 2), toda potencia, arte o virtud que tiene por objeto el fin,
debe disponer lo que conduce a él. Pues bien, las guerras materiales
en el pueblo fiel deben tener como fin el bien espiritual divino, al
cual están destinados los clérigos. De ahí que a éstos les compete
disponer y orientar a los demás a hacer guerras justas. En realidad no
se les prohibe combatir porque sea pecado, sino porque ese ejercicio
no es decoroso para sus personas.
4. Aunque sea meritorio hacer
guerra justa, se torna ilícita para los clérigos por el hecho de estar
destinados a obras más meritorias, igual que el acto matrimonial puede
ser meritorio, y, sin embargo, se hace condenable en quienes tienen
voto de virginidad, por la obligación que les une con un bien
mayor.
Artículo 3:
¿Es lícito usar de estratagemas en las guerras?
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Objeciones por las que parece que no es lícito usar estratagema en
las guerras:
1. En la Escritura leemos: Ejecutaréis justamente lo que es
justo (Dt 16,20). Ahora bien, la estratagema, por ser engaño,
parece injusticia. En consecuencia, no se debe usar de estratagemas ni
siquiera en guerra justa.
2. La estratagema y el engaño parecen oponerse a la
fidelidad, lo mismo que la mentira. Pues bien, dado
que debemos guardar fidelidad a todos, a nadie se le debe mentir, como
se ve en San Agustín en el libro Contra Mendacium. Por tanto, ya que se ha de guardar lealtad al enemigo, según afirma San Agustín en Ad Bonifacium, parece que no se debe usar de celadas contra él.
3. En expresión de San Mateo, lo que queráis que hagan
los hombres con vosotros, hacedlo vosotros con ellos (Mt 7,12), y
eso se debe observar con el prójimo, cualquiera que sea. Ahora bien,
los enemigos son prójimos. En consecuencia, dado que nadie quiere que
le hagan emboscada ni trampas, parece que nadie debe usar tampoco
estratagemas en la guerra.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro Quaest.: Cuando se emprende guerra justa, no
afecta a la justicia que se combata abiertamente o con
estratagema. Esto lo prueba con la autoridad del Señor, que mandó
a Josué poner celadas a los habitantes de la ciudad de Hai, como
consta en la Escritura (Jos 8,2).
Respondo: La finalidad de la estratagema es
engañar al enemigo. Pues bien, hay dos modos de engañar: con palabras
o con obras. Primero, diciendo falsedad o no cumpliendo lo prometido.
De este modo nadie debe engañar al enemigo. En efecto, hay derechos de
guerra y pactos que deben cumplirse, incluso entre enemigos, como
afirma San Ambrosio en el libro
De Officiis.
Pero hay otro modo de engañar con palabras o con obras; consiste en
no dar a conocer nuestro propósito o nuestra intención. Esto no
tenemos obligación de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada,
hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles,
para que no se burlen, siguiendo lo que leemos en la Escritura: No
echéis lo santo a los perros (Mt 7,6). Luego con mayor razón deben
quedar ocultos al enemigo los planes preparados para combatirle. De
ahí que, entre las instrucciones militares, ocupa el primer lugar
ocultar los planes, a efectos de impedir que lleguen al enemigo, como
puede leerse en Frontino. Este tipo de ocultación
pertenece a la categoría de estratagemas que es lícito practicar en
guerra justa, y que, hablando con propiedad, no se oponen a la
justicia ni a la voluntad ordenada. Sería, en realidad, muestra de
voluntad desordenada la de quien pretendiera que nada le ocultaran los
demás.
A las objeciones: Con lo dicho quedan resueltas.
Artículo 4:
¿Es lícito combatir en días festivos?
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Objeciones por las que parece que no es lícito combatir en días
festivos:
1. Las fiestas están instituidas para vacar a las cosas divinas; es
el sentido de la prescripción de observar el sábado, como consta ya en
el libro del Éxodo (20,8ss); sábado, en efecto, significa descanso. Pues bien, las guerras conllevan gran agitación. Luego
de ningún modo debe lucharse en días festivos.
2. En la Escritura son reprendidos algunos porque
—dice— ayunáis para litigio y pleito y para dar puñetazos al
desvalido (Is 58,3-4). Con mayor razón es ilícito combatir en días
festivos.
3. Jamás se debe hacer nada de manera desordenada para
evitar perjuicio temporal. Pues bien, combatir en día festivo parece
de suyo algo desordenado. En consecuencia, jamás se debe combatir en
día festivo para evitar cualquier tipo de daño temporal.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Laudablemente
resolvieron los judíos: todo hombre, quienquiera que sea, que en día
de sábado viniere a pelear contra nosotros, sea de nosotros
combatido (1 Mac 2,41).
Respondo: La observancia de las fiestas no
impide hacer lo que esté ordenado a la salud, incluso temporal, del
hombre. Por eso reprende el Señor a los judíos diciendo: ¿os
indignáis contra mí porque he sanado a todo el hombre en sábado?
(Jn 7,22). Por eso, lícitamente, pueden curar los médicos a los
enfermos en día festivo. Pues bien, más que por la salud corporal de
un solo hombre, se debe velar por el bien público, que permite evitar
muchas muertes e innúmerables males, tanto
espirituales como temporales. Por eso, en defensa del bien público de
los fieles, es lícito hacer guerra justa en días festivos si la
necesidad lo exige. Sería, en efecto, tentar a Dios dejar de combatir
ante una necesidad de ese tipo. Pero si no hay necesidad, no es lícito
combatir en días festivos por las razones expuestas.
A las objeciones: Con esto se responde a
ellas.