Dado que nuestro Salvador y Señor Jesucristo, salvando al pueblo
de sus pecados, tal como lo anunció el ángel en Mt 1,21, nos reveló
en sí mismo el camino de la verdad por el cual, resucitando,
podemos llegar a la bienaventuranza de la vida inmortal, se impone
que, para rematar los temas teológicos, después de haber estudiado
el fin último de la vida humana, las virtudes y los vicios, nos
ocupemos ahora del Salvador de todos y de los beneficios otorgados
por él al género humano.
A este propósito hay que tratar: primero, del Salvador en sí
mismo; segundo, de los sacramentos, con los que alcanzamos la
salvación (q.60); tercero, del fin de la vida inmortal, al que llegamos
por medio de él cuando resucitemos.
Sobre lo primero hay que estudiar dos cosas: una, el misterio de
la encarnación en si mismo, en virtud del que Dios se hizo hombre
para nuestra salvación; otra, todo cuanto hizo y sufrió nuestro
Salvador, Dios encarnado (q.27).